Friday, March 24, 2006

PIGLIA / PLANETA : EL ESCÁNDALO

El gran escritor Ricardo Piglia, la editorial multinacional Planeta, un editor y representante del artista y el escasamente conocido novelista Gustavo Nielsen, ah y por último un premio que en su momento supuso 40.000 dólares como recompensa.

El premio Planeta lo ganó Piglia pero Nielsen entendió que con malas artes, por lo cual demandó a escritor, editor y editorial convencido de que todo había sido acordado en maniobras que la metáfora más vulgar llamaría entre gallos y medianoche. "Creo que no es justo -declaró Nielsen- que hagan participar a 264 ingenuos en una gran campaña publicitaria armada como si fuera un concurso literario".
El tribunal de primera instancia absolvió. Nielsen apeló. Y en marzo último, la sala G de la Cámara Civil dictaminó que sí, que "existen demostradas muchas circunstancias que revelan la predisposición o predeterminación del premio en favor de la obra de Ricardo Piglia". Los jueces entendieron que el autor de "Respiración artificial" "no debió postularse para la obtención del premio" porque entonces se encontraba vinculado contractualmente con la empresa Espasa Calpe Argentina, que forma parte del Grupo Planeta, organizador del concurso. Así, condenó a Piglia, a Planeta y al editor Schavelzon a pagarle a Nielsen diez mil pesos de indemnización.

Luego del fallo, los acontecimientos se precipitaron: el equipo perdedor anunció que apelará y que hasta Corte Suprema no para. Y Piglia escribió en el diario Página 12 un artículo buscando explicar su posición. Para eso recurrió a jueguitos literarios, como el de llamar Carlos Argentino Daneri (el ridiculizado personaje de "El Aleph", de Borges) a su contrincante. Enredado en guiños, arabescos y elegancias, poco se entendía de la defensa de Piglia, ausente de cualquier contundencia. Nielsen, por su parte, replicó en el mismo periódico reiterando sus fuertes acusaciones y haciendo notar que si en el juego propuesto él era Daneri, Piglia se reservaba el lugar de Borges, saco que le queda algo holgado Piglia y a cualquiera.

Como para garantizar la continuación del culebrón acaba de aparecer una carta abierta, firmada por más de cincuenta artistas e intelectuales, en donde se sostiene que "la infundada acusación contra la probidad de Ricardo Piglia responde a una sola causa: se lo acusa de ser quien es en nuestra literatura, en la cultura nacional y en el plano internacional y académico". Lo firman, entre otros, Osvaldo Bayer, Arturo Carrera, Tito Cossa, León Ferrari, Gerardo Gandini, Germán García, Leónidas Lamborghini, Luis Felipe Noé, Juan José Saer y Héctor Tizón. El escrito denuncia una campaña de difamación contra Piglia que habría empezado en 1997. Nielsen no lo demandó por ser quien es sino por entender que había tomado parte en un chanchuyo. Y si es culpable o inocente del enjuague no le quita una coma ni un punto a una de las obras literarias más brillantes y perdurables que produjo la Argentina en los últimas décadas y que seguirá leyéndose con fervor cuando los ecos de esta telenovela sean una nada de polvo y espanto. Ahora, de allí a atribuir el juicio a una conjura internacional, como mencionó uno de los firmantes, o al "periodismo de escándalo", como razonó otro, más que defender a Piglia parecen agraviarlo con el dedo gordo del disparate.

Otro breve resumen
Piglia tenía una novela que ya había sido contratada por el grupo Planeta a través de Seix-Barral, y que por algún motivo (una deuda económica que ese autor tenía con la editorial) participó del concurso y ganó. Piglia no recibió el importe del premio, sino que ese importe condonaba la deuda anterior, y todos felices: excepto los concursantes que fueron estafados en su buena fe. Nielsen -que estaba entre los diez finalistas- pudo ver este tejemaneje y decidió que debía hacer respetar su parte; lo hizo, y ganó. Entre todos estos dimes y diretes hubo solicitadas que defendían a Piglia, cartas de una y otra parte, insultos, golpes de puño, escritores revueltos, encuentros y desencuentros, disculpas, faltas de respeto, mentiras y conspiraciones, un verdadero reality show de la literatura argentina del siglo XX - XXI que exponía sus ideas humanas al nivel de un programa de Laura Bozzo (con comerciales incluidos); toda esa intelectualidad volátil bajó por algún tobogán de algún tren fantasma, se olvidó del problema filosófico–literario para exponer las miserias que aparentemente no tenían mucho que ver con las letras, pero cuanto del convencimiento de que cuando las papas queman, el sálvese quien pueda es del mismo tenor que el del colectivero de la línea sesenta que evita un choque con un camión cisterna en pleno Puente de Piedra y en época de crecida del río Rimac

No podemos meternos con Piglia.
Nos metemos con Piglia, se meten con Piglia, pero el aire medroso no se renueva, cuando la tensión fue en aumento más de uno se agarró la cabeza. Cuarenta años de carrera literaria no es poco, y mucho menos si esta carrera se desarrolló de una manera brillante y regaló a la literatura argentina páginas históricas que son y serán estudiadas en distintas universidades del mundo; meterse con Piglia sería (fue) -en cierta manera- como meterse con el finado Saer o con Osvaldo Bayer (por sólo nombrar a dos), instituciones inquebrantables y sólidas, indestructibles a pesar de cualquier cosa. Schavelzon (representante de Planeta y de Piglia) sabía eso y podemos intuir que su posición, su manejo, fue sólo político, pragmático, como el de cualquier empresario de bananas. El punto que desvió el curso de los hechos fue que Ricardo Piglia no se presentó -como había sido combinado- en una de las audiencias; sé que Nielsen, si ése hubiera sido el caso, no continuaba con la afrenta judicial, no quería tocar al literato. A partir de ahí, un círculo que podría haberse desvanecido, acabó por cerrarse.

Piglia rompe el silencio
El trece de marzo de 2005 Piglia publica su descargo en Página/12 en el que expone sus argumentos en contra de la cruzada en su desmedro, intenta desmerecer a Nielsen al compararlo con Carlos Argentino Daneri (personaje literario que Borges ridiculizó en su cuento El Aleph) y se defiende con cuanta herramienta dialéctica encuentra en su camino. El problema fue que no hubo demasiadas, y Piglia lo sabía, no podríamos menospreciar su intelectualidad en este punto. A pesar de saberlo, interpretemos sus alternativas:

1.- Permanecía en silencio (mientras todos esperaban alguna manifestación). (Prima la razón.)
2.- Admitía los hechos. (Prima la sinceridad, una honestidad tardía pero tan peligrosa cuanto respetable.)
3.- Se defendía de la manera que podía y ponía como telón su trayectoria. (Prima lo humano, el instinto.)

Solicitada
La última semana de marzo de 2005 dio a luz una solicitada publicada en distintos medios que expresaba que la infundada acusación contra la probidad de Ricardo Piglia responde a una sola causa: se lo acusa de ser quien es en nuestra literatura, en la cultura nacional y en el plano internacional y académico. Entre los firmantes podemos encontrar iconos de la literatura argentina, amistades incondicionales del señor Piglia, algunos escritores y críticos actuales y con gran posibilidad, simples oportunistas (que pueden encuadrarse dentro de las categorías anteriores, con excepción de la primera, claro). No descartemos este último punto, y me remito a la correspondencia que recibió Fogwill de un firmante anónimo (está en el enlace que coloqué al comienzo de este artículo) luego de expresar su posición frente a este evento:

Debajo del sofá
Olvidemos todo lo leído hasta aquí. Nada de lo que leyeron en estas pequeñas reflexiones -que ya muchos habrán hecho anteriormente de una u otra manera- fue objetivo principal de este texto. El objetivo es otro, que a pesar de haberlo olido todos, nadie quiso entenderse. Ni siquiera Fogwill; menos Nielsen. No es una crítica, quizá quien escribe estos párrafos desordenados hubiera hecho lo mismo.

Todos pasaron cerca del sofá y apenas acudió ese aroma podrido y suave, casi imperceptible, giraron sobre sus talones para posicionarse encima la alfombra persa, junto a la mesa, en una silla que no era la cabecera.

Y aquí me remito a tres citas claves:

La de la solicitada:
Con cuarenta años de presencia en la literatura argentina, con la producción de una obra cuya solidez no está en discusión, con una decidida intervención en los debates cruciales de la cultura y una activa presencia intelectual en tiempos difíciles de la historia argentina, Ricardo Piglia es objeto de una campaña de difamación que empezó en 1997, cuando la decisión unánime de un jurado compuesto por los escritores Mario Benedetti, María Esther de Miguel, Tomás Eloy Martínez y Augusto Roa Bastos le otorgó el Premio Planeta a su novela Plata Quemada.

La de Piglia:
Según esa insinuación, Augusto Roa Bastos, Mario Benedetti, Tomás Eloy Martínez y María Esther de Miguel –que formaron parte del jurado y premiaron mi novela por unanimidad– se habrían dejado manipular por la editorial.

La de Fogwill:
No sé qué pensarán mis abogados, pero yo lo nombraré: en el jurado, junto a María Esther de Miguel, Augusto Roa Bastos, Tomas Eloy Martínez y Mario Benedetti, que Piglia menciona, figuraba como presidente Guillermo Schavelzon, funcionario de la editorial auspiciante y agente literario del autor.

Aquí es donde el gato muerto comienza a manifestarse. Cómo fue que Plata quemada ganó un premio por unanimidad entre un jurado formado por cinco personas, luego se demuestra que el premio fue un fraude, los que participaron en la elección de la novela premiada hacen silencio de radio, pasan desapercibidos, y ninguno de ellos firma la solicitada a favor de Piglia ni resulta tocado por el conflicto, ¿ellos no eligieron también?

Aquí hay gato encerrado; no, no está encerrado, está muerto.

Si existe el No podemos meternos con Piglia y acabamos metidos, llevemos esta afirmación hasta Roa Bastos, de Miguel, Benedetti y (Eloy) Martínez. Era demasiado; Piglia ya había metido la cabeza; con una era suficiente.

Y el gato, ya no está más.

Se lo llevaron.

Carta de Gustavo Nielsen (Publicado en Revista de Libros de El Mercurio, Santiago de Chile, el 11/03/05)
(Según Nielsen, en la semana anterior, Pagina/12 había declinado la posibilidad de difundirla por tratarse de un caso cerrado.)

Soy el ganador del juicio a Editorial Planeta, Schaveltzon y Piglia por el Concurso de Novela Planeta 1997. La Cámara, como es de público conocimiento, entendió que dicho concurso estaba viciado por falta de transparencia y de buena fe, y condenó a los tres demandados a pagarme una cifra de dinero por chance perdida y otra por daños y perjuicios.
No tengo nada personal contra Piglia o Schaveltzon, a quienes conocí personalmente durante el juicio. Al momento del pleito, había leído solamente “Respiración artificial”: lo considero un gran libro. Tampoco tengo nada personal contra la Editorial Planeta, ni la gente que la conforma. Me consta que Díaz y Nacho Iraola son grandes personas. Publiqué mi primera novela en ese sello, recuerdo que todo el personal que en ese momento era parte de la editorial fue muy amable conmigo. El motivo que me llevó a emprender el juicio es otro: la búsqueda de transparencia en los concursos literarios.
Como escritor, surgí de un concurso literario. Como escritor, sigo dependiendo de los concursos literarios, el único instante de la literatura Argentina en el que se puede encontrar una recompensa monetaria. Esta situación le ocurre a casi la totalidad de los escritores, que muchas veces se ven confinados a trabajar de noteros, críticos, talleristas o lectores de editoriales para poder mantener a sus familias.

Sigo participando y creyendo en los concursos como el primer día. Corrijo mis libros y hago las fotocopias y los anillados con la misma fe del primer día. Los entrego con esa misma fe. Y considero que esto es una suerte, no una condena o un pecado de ingenuidad.

Del “Concurso Planeta 1997” participaron 264 escritores. Estaba contento por haber quedado entre los diez finalistas con mi novela “El amor enfermo”, que después de dos años se terminó publicando en Alfaguara. Ganó un libro, “Plata quemada”, que estaba comprometido con uno de los sellos del Grupo Editorial que organizaba el concurso. El dato no es menor, y fue denunciado oportunamente por la revista “Tres Puntos” y por “Radar Libros”. La periodista Claudia Acuña, autora de la investigación inicial, sostuvo sus verdades con decisión durante su testimonio judicial.

Mi abogado se llama Gabriel Len. Tiene mi edad, poco más de cuarenta años. Es un profesional que se desempeña con honestidad y valentía. También es mi amigo. Durante siete años trabajamos juntos en el juicio. Codo a codo, como se dice en la calle. Fui a todas las audiencias. Escuché mentiras y verdades, suposiciones y contradicciones. Vi como huían de mí los otros escritores, como si yo pudiera contagiarlos de viruela. Vi temblar a unos cuantos boxeadores de las letras, a los que había equivocadamente considerado como la imagen misma de la anticorrupción. Los vi vencidos en su afán de venderle la obra al Gran Mercado. No los juzgo: los contendientes eran importantes. Para colmo, tres. Tampoco me quejo: me la busqué. La única contención verdadera y desinteresada proveniente del medio, me la dieron los escritores Rodolfo Fogwill, Carlos Chernov, Elvio Gandolfo, Jorge Accame, Elena Bossi, Edgardo González Amer, Damián Tabarosky y Ana María Shua. La contención tuvo a veces la forma de un viaje a Cariló, un asado, una paella, un discurso contra las instituciones, una ensalada de tomates, una receta de Lexotaniles, un abrazo, un consejo, unos vinitos, un partido de ping pong.

También me apoyaron mi mamá, doña Josefina Scellatto, de oficio poeta; mi hermana Machi; mi sobrina Sofi; mi socia, la arquitecta Viviana Miglioli y una buena compañera que tuve que se llama Lorena Boldt, diseñadora gráfica y fotógrafa, que se bancó gran parte de las levantadas temprano para ir a Tribunales.
También me apoyó la editorial Alfaguara, publicándome, soportándome, y haciéndome creer en todo momento que no sabían que yo andaba (y ando) sin otras opciones editoriales, como si fuera un escritor que pudiera pasarme a otro sello simplemente por pura especulación de mercado. Nunca me hicieron sentir que estaba solo; nunca se aprovecharon del monopolio que yo mismo había fabricado. Si no fuera por Alfaguara, y especialmente por su director Fernando Esteves - el uruguayo más tozudo que conozco - no habría podido publicar nada.
Escribo esta carta para agradecer a mis lectores, a todas las personas que creyeron en el juicio, a todos los que creen que los concursos deben ser transparentes, a mi abogado el doctor Len y al doctor Marcelo San Martín, que hicieron que este resultado fuera posible. Y para decirles a los escritores que empiezan: sigan concursando. Esta fue la excepción, no la norma. Lo sé. Hice un juicio para exigir respeto por las ilusiones. Ojalá la lucha sirva para que la gente conozca a los otros finalistas de este premio mal otorgado de 1997, que aún tengan sus libros sin publicar. Otros que también creyeron que estaba todo bien y terminaron participando involuntariamente del marketing de un objeto vendido.

A esas personas que “perdieron” conmigo en el concurso cuestionado, que este justo fallo reivindica, les deseo una pronta publicación y les mando mi abrazo.

Texto de Ricardo Piglia (Publicado en Radar-Página/12 el 13-03-2005)
EL CASO PLATA QUEMADA. RICARDO PIGLIA ROMPE EL SILENCIOA CASI DOS SEMANAS DE CONOCIDO EL FALLO JUDICIAL SOBRE EL CASO PLATA QUEMADA, LA NOVELA CON LA QUE GANÓ EL PREMIO PLANETA 1997, EL ESCRITOR RICARDO PIGLIA ESCRIBE POR PRIMERA VEZ SOBRE LA TRAMA QUE CASI LO LLEVA A LAS PÁGINAS POLICIALES DE LOS DIARIOS.

La lógica de los hechos por Ricardo Piglia
La rivalidad entre escritores y las sórdidas luchas por los premios literarios ya la narró Borges en El Aleph. Lo increíble es que ahora esa historia se ha repetido en la realidad. En esta nueva versión, Carlos Argentino Daneri, el típico escritor arribista retratado por Borges, es quien ha perdido el concurso y como un maniático se ha dedicado a denunciar al que ganó y a denigrarlo. Que la Justicia haya perdido su tiempo en una ridícula rencilla literaria me parece un simpático signo de los tiempos que corren. Sabemos desde Kafka que la clave de un proceso es que cualquier cosa que diga el acusado parece una justificación o una coartada. Por eso, cuando hace unos días el fallo del tribunal se hizo público, pensé que lo mejor era no decir nada, pero la dimensión que ha tomado el asunto me ha decidido a intervenir. Las líneas que siguen son un intento de esclarecer –en lo posible– la lógica que ha regido la misteriosa serie de hechos literarios que me ha llevado casi a la página policial de los diarios.Como el personaje de Borges, el nuevo Carlos Argentino Daneri piensa que la justicia literaria sólo es justa si es él quien gana el concurso, porque cualquier otro resultado es prueba de una manipulación y de un fraude. Denunció entonces que, contra las posibilidades de todos los participantes y aparte de mis posibles méritos, de antemano se había decidido que yo iba a ser el ganador del concurso de novelas organizado por la editorial Planeta en 1997. Según esa insinuación, Augusto Roa Bastos, Mario Benedetti, Tomás Eloy Martínez y María Esther de Miguel –que formaron parte del jurado y premiaron mi novela por unanimidad– se habrían dejado manipular por la editorial. Pero como esa presunción es irracional, el jurado jamás aparece mencionado en la acusación y soy yo quien es acusado. Su denuncia no sólo desató una ola de rumores y de sospechas sino que sirvió para llevarme a los tribunales y enredarme en un proceso que duró ocho años.
Lo increíble es que la razón que Daneri usó para acusarme se fundó en la lectura delirante de una cláusula del concurso. Según las bases que el fallo cita, la novela “debía ser inédita, sin haber cedido o prometido respecto de ella los derechos de edición y/o reproducción en cualquier forma con terceros”.
Es obvio que el objeto de esa cláusula es proteger al editor de la posibilidad de que un escritor firme con anterioridad un contrato con una editora que no sea Planeta. La cláusula impide que el escritor que gane el concurso pueda publicar luego la novela con otro editor. Aunque parezca imposible, en la interpretación irracional de esa cláusula se fundamentó la denuncia.
Daneri insinúa que mi novela Plata quemada estaba contratada porque yo había firmado años atrás un contrato con Planeta por la edición de toda mi obra. Pero mi novela Plata quemada no estaba contratada, no estaba contemplada ni incluida en ese contrato porque todavía no existía, y nunca se firmó un contrato previo al concurso por esa novela.De todos modos –como si esto fuera un relato policial–, vamos a considerar por un momento los hechos tal cual los presenta Daneri.
1. Si la novela ya hubiera estado contratada, eso no garantizaba que pudiera ganar el concurso, ya que esa decisión dependía del jurado.
2. Si la novela ya hubiera estado contratada por la editorial que organizaba el concurso, ese hecho no hubiera alterado ninguna de las bases del premio, ya que la cláusula impedía el contrato con terceros (como cita el mismo fallo), esto es, con otra editorial.
La suposición de que Plata quemada ya estaba contratada generó un desdoblamiento que podríamos considerar típico de un cuento de fantasmas de Henry James. Sucede que en el razonamiento de Daneri yo aparezco presentando al concurso dos novelas distintas. Permítanme hacer un poco de historia. Terminé de escribir la novela a fines de julio y la presenté el 20 de agosto, mucho tiempo antes de la terminación del plazo del concurso (el manuscrito recibió el número 111 sobre un total de 264 novelas presentadas). La envié con el pseudónimo de Roberto Luminari y con el título de Por amor al arte para proteger mi anonimato y el del libro.
Las bases me permitían presentarme con mi nombre, y muchos escritores lo han hecho en ese y en otros concursos anteriores. Pero si usé un pseudónimo y la presenté con un título distinto fue porque pensé que podía no ganar el concurso. No soy Daneri, no pienso que deba ganar cualquier concurso al que me presente. Como pensé que era posible que no ganara el concurso y que mi novela podía quedar entre los finalistas, preferí (como han hecho antes que yo muchos otros escritores) que mi nombre y el título de mi libro no aparecieran en las listas que se dan a conocer antes del fallo.Esta decisión fue presentada por Daneri como una prueba de mi culpabilidad. Cito del fallo: “De todas maneras, [María Esther] De Miguel conoció la identidad del autor de Plata quemada por aparecer un personaje reiterado en las obras de Piglia (Emilio Renzi), circunstancia que comunicó a la editorial organizadora, mas las condiciones no se modificaron respecto a la preselección efectuada por lectores amigos o especializados”.
No entiendo la sintaxis de ese párrafo, ni de qué soy acusado.
Desde luego, esto sólo prueba que los jurados no sabían que había una novela mía en el concurso y la leyeron igual que a cualquier otra, y sólo lo supieron gracias al conocimiento literario de uno de ellos que le permitió identificar a mi personaje.
Pero las confusiones kafkianas no terminan ahí. Me permito citar otro párrafo del fallo: “También viene a cuento señalar que el codemandado Piglia admite que la novela que presentara al concurso Por amor al arte, bajo el pseudónimo de Roberto Luminari, corresponde al título que después fue cambiado, supuestamente con anterioridad a la edición, aunque para ser exacta esta aseveración, debió acreditarse la identidad del contenido entre la novela presentada y Plata Quemada, circunstancia que no ha tenido lugar en tanto no se ha acompañado el texto de la primera de estas obras a fines comparativos”.
No entiendo. Parece que había dos novelas distintas. Parece que nadie comprobó que las dos novelas eran una sola. Parece que los escritores del jurado no se dieron cuenta de que habían premiado una novela y que después se había publicado otra distinta.
Carlos Argentino Daneri ve fantasmas. Intenta insinuar que Plata quemada fue introducida a último momento en el concurso para sustituir a Por amor al arte y cree que eran dos novelas distintas. Es decir, sugiere que yo gané con una novela pero luego se publicó otra porque la editorial lo quería así.
Aunque no resuelva el enigma, sería bueno preguntarse cuáles son las razones por las cuales se produjeron estas oscuras y fantasmales sustituciones. La conclusión de Daneri implica el ejercicio simultáneo del resentimiento literario y del anacronismo deliberado. Dice (y cito del fallo) que la editorial se aseguraba así que mi novela “le diera ganancias con las sucesivas ediciones, la realización de una película, etc.”
No hace falta aclarar que en ese momento nadie sabía que tres años después se iba a filmar una película basada en el libro. ¿O Daneri cree que la filmación de una película es el resultado natural de un premio? Y además, ¿quién, salvo Daneri, puede asegurar que toda novela que gane el premio Planeta va a recibir sucesivas ediciones? Estas han sido las razones y los argumentos por los que he sido acusado y calumniado. Más allá de lo que yo pueda decir o explicar, el daño ya está hecho y es irreparable.
Los premios literarios han sido siempre objeto de controversia y de polémica. En un sentido, la literatura argentina empezó con el debate sobre un premio. En el Certamen Literario que se realizó en Montevideo en 1841 con motivo del aniversario de la revolución de mayo, una obra de Juan María Gutiérrez se impuso sobre un texto de José Mármol y esto desató de inmediato una gran controversia en la que varios escritores (entre ellos Alberdi) se opusieron al fallo y hubo debates y discusiones en los diarios. Desde entonces ha habido disidencias y discrepancias por los concursos. Los resultados siempre se pueden discutir, pero hay que ser muy arrogante para imaginar que se comete un delito si una obra nuestra no obtiene el éxito que esperamos.
En la literatura argentina las diferencias literarias las han dilucidado siempre los escritores mismos. Todos esperamos que esa tradición persista. ¿O vamos a empezar a llamar a la policía cada vez que alguien no valore lo que escribimos? (fin del texto de Ricardo Piglia)

Comentario de Fogwill
Piglia es un gran escritor y un pésimo polemista. Es uno de los veinte mejores escritores vivos de la Argentina: es decir, tiene esas excepcionales condiciones poéticas y narrativas que se manifiestan en apenas uno de cada dos millones de ciudadanos.

Pésimo polemista, elige siempre tan mal a su enemigo como a la manera de enfrentarlo. Y no se resiste a aprender de la experiencia. A cualquiera le hubiese bastado con el balance de su patética intervención de hace más de diez años en Diario de Poesía para corregir su estrategia equivocada. Pero él persevera en sus errores. Un polemista debe, ante todo, borrar cualquier huella de mala fe y nunca trasuntar que argumenta para un lector desprevenido, ignorante del tema, o discapacitado para evaluarlo. Piglia acaba de ser condenado por la justicia en un proceso que habría podido eludir diciendo la verdad y cargando las culpas en su agente, que fue quien lo involucró en la causa. Pero entre la verdad y la fidelidad hacia quien maneja sus intereses literarios, optó por esta última.

En su artículo publicado en Página/12 del 13 de marzo de 2005 manifiesta descreer en la justicia, y, en eso, coincidimos plenamente. Pero en cambio, él simula creer en la justicia de las justas literarias. Esto es curioso: él -como yo- carece de formación jurídica, pero tiene un sólida formación literaria, no sólo en cuanto a los aspectos teóricos y documentales del arte de escribir, sino también en lo que respecta al conocimiento de los procederes de editores, jurados, comentaristas y agentes en el campo de lo que es la política y los negocios que se articulan en torno a la industria del libro. En ese artículo ataca al denunciante y ganador del proceso judicial, como si ignorase cómo se falla en estas instancias y como si el público ignorase que, los testimonios y el fallo del tribunal corroboran, no ha juzgado el valor literario de su obra y la de Nielsen, sino la defraudación a la buena fe de lectores y participantes en que incurrieron los organizadores del certamen.
El ataque es personal: identifica a Nielsen con el ridículo Carlos Argentino Daneri, arquetipo del escritor naive y mediocre argentino. Presenta a Nielsen como a "maniático dedicado a denunciarlo y denigrarlo", a él, a Piglia.

En eso transparenta su mala fe: Piglia sabe que Nielsen es un brillante arquitecto que se dedica a muchas cosas, y que ha escrito relatos, que, calificados entre los mejores de nuestra literatura, podrían sustituir a cualquiera de los suyos (¡y hasta de los míos!) en cualquier antología de la lengua española. (Me refiero a Marvin, Playa Quemada. Adentro y Afuera, y podría citar otros y, en otro contexto, efectuar odiosas comparaciones que darían cuenta de lo que afirmo.)
Tal vez por recomendación de sus abogados, en su relato de "la trama policial" del proceso publicado en Página/12 del 13 de marzo de 2005, Piglia no nombra a Nielsen sustituyendo su nombre por el de Daneri. Esto es como si nosotros, ahora, sustituyésemos el apellido Piglia por "De La Rúa", que es otro que cada vez que rinde cuentas de sus actos queda peor parado. Prefiero nombrar directamente a Piglia, y hago notar a los lectores de este burdo descargo, que, junto al de Nielsen, omite otro nombre. No sé qué pensarán mis abogados, pero yo lo nombraré: en el jurado, junto a María Esther de Miguel, Augusto Roa Bastos, Tomas Eloy Martínez y Mario Benedetti, que Piglia menciona, figuraba como presidente Guillermo Schavelzon, funcionario de la editorial auspiciante y agente literario del autor.

Este nombre, y no el del imaginario Carlos Argentino Daneri, debió ser el eje de la rendición de cuentas de Piglia en Página/12. Su participación es tan plausible, como lo prueba su despido de la editorial ante la primer denuncia pública del fraude. Piglia lo oculta, y en ese texto en que se burla de la justicia, simula creer en el valor de los fallos de este tipo comitivas que sólo toman contacto con una breve selección de finalistas, y deben debatir sus pareceres con un miembro que, a la vez es gerente de la empresa que los remunera y se hace cargo de sus viajes y viáticos.
Piglia falta a la verdad y apela al sentido común de los lectores. Burlándose del juez y de la cámara que corroboró su fallo, escribe, por ejemplo, "que la justicia haya perdido su tiempo en una ridícula rencilla literaria es signo de los tiempos que corren", fingiendo que pertenece a la clase de gente que cree que los tiempos que corren son peores (¿y más corruptos, tal vez?) que los tiempos de nuestros mayores. Con esto trata de convertir el acto de justicia, reparadora de un fraude, en "una rencilla literaria", como si no supiera que la indemnización a Nielsen es, a la vez que una reparación económica a uno de los cientos de damnificados, un señalamiento sobre la moralidad de su proceder.

Al respecto, me consta que no fueron Nielsen ni su abogado, quienes involucraron a Piglia en esta demanda, sino el funcionario que ahora es su agente. También me consta que en momento alguno Nielsen obró por impulso de competitividad literaria, porque no es los de los que creen que la justicia puede dirimir cuestiones estéticas. Nielsen sabe bien que la obra del Piglia de "Plata Quemada" es mejor elección que su "El amor enfermo" para alcanzar la lista de best sellers y atraer al público de cine comercial, pero a la vez, respeta la obra del otro Piglia tanto como ha de sentirse indignado ante el que ha escrito esta falsa trama judicial, que tal vez sea el mismo que, a instancias de su agente, se involucró en un proceso, que, aún después de concluido, sigue damnificándolo.


A continuación Solicitada que se hizo circular sobre la figura de Piglia.

ACUSADO DE SER RICARDO PIGLIA

Con cuarenta años de presencia en la literatura argentina, con la producción de una obra cuya solidez no está en discusión, con una decidida intervención en los debates cruciales de la cultura y una activa presencia intelectual en tiempos difíciles de la historia argentina, Ricardo Piglia es objeto de una campaña de difamación que empezó en 1997, cuando la decisión unánime de un jurado compuesto por los escritores Mario Benedetti, Maria Esther de Miguel, Tomás Eloy Martínez y Augusto Roa Bastos le otorgó el Premio Planeta a su novela Plata Quemada.

Porque el silencio favorece esta campaña que no merece, decimos que la infundada acusación contra la probidad de Ricardo Piglia responde a una sola causa: se lo acusa de ser quien es en nuestra literatura, en la cultura nacional y en el plano internacional y académico.

Como ciudadanos, como colegas y como amigos, expresamos nuestra solidaridad con Ricardo Piglia.

Carlos Altamirano, Cristina Banegas, Osvaldo Bayer, Arnaldo Calveyra, Arturo Carrera
Tito Cossa, Washington Cucurto, León Ferrari, Aníbal Ford, Gerardo Gandini, Germán García, Daniel García Helder, Norberto Gómez, Horacio González, Flora Guzmán, Emilio de Ipola, Roberto Jacoby, Leónidas Lamborghini, Daniel Link, José L. Mangieri Juan, Molina y Vedia, Federico Monjeau, Luis Felipe Noé, Alan Pauls, Nicolás Peyceré, Alfredo Prior, Roberto Raschella, Juan C. Romero, León Rozitchner, Guillermo Saavedra Juan José Saer, José Sazbón, Daniel Samoilovich, Horacio Tarcus, Osvaldo Tcherkaski, Vivi Tellas,
Héctor Tizón.


Comentario de Fogwill sobre la solicitada:

Hace días que circula la solicitada que transcribo. He sido convocado para firmar, y lo he rechazado. Ahora me consta que entre los firmantes, figuran personas que no están de acuerdo con lo que el escrito manifiesta. Más adelante transcribo un mail que lo confirma, enviado por uno de los que aparecen firmando. La solicitada llama "campaña" a la difusión que en Pagina/12, Clarín, Nación, La voz del Interior y El Mercurio dieron a la sentencia de la Cámara Civil. Esto no fue una campaña sino una noticia de actualidad. También es inexacta la solicitada cuando habla de la decisión unánime del jurado, omitiendo el nombre de su presidente y agente literario de Piglia. Es evidente que muchos han firmado de buena fe, movidos por su amistad o por la admiración a Piglia. No advierten que lo que aquí está en juego es la mala fe y, ellos mismos, han incurrido en la mala fe.

Rodolfo Enrique Fogwill


Cruce de mails de Fogwill y un Firmante:

Un firmante, escribe diciendo:

Quique, no pasó nada... Obviamente la gente está pirando mal con este asunto. Sigo pensando lo mismo de siempre: Ricardo hizo un pacto con el diablo y de ésa no se sale fácil.. Lo último que yo había hablado era que la solicitada no se hacía, pero después apareció circulando, con mi firma. ¿Qué iba a hacer? Decir que "yo no sabía nada" me parecía una forrada. Si Piglia reacciona, puede salir algo bueno de todo. Si no reacciona, al menos yo no voy a sentirme culpable de no haber intentado ayudarlo.

Si leyó tu texto, debería estar pensando en esa dirección. Yo ya no me acuerdo quiénes firmaron aquella solicitada en favor de los Premios Municipales (estaba Sarlo, seguro, porque lo discutí con ella), pero eso me pareció mucho más vergonzoso que decir que Piglia es el boludo del asunto...Abrazo


Respuesta de Fogwill a “Firmante”:

Estimado "firmante"

Yo tendría que estar escribiendo y laburando, y a cada rato me interpelan con novedades. ¿Qué es esto de los Premios Municipales y la Sarlo? Al margen: es grave lo que decís. ¿Es cierto que la solicitada circuló con tu firma sin tu autorización? La socilicitada miente, y vos lo sabés tanto como que en ella figuran firmas que, tal vez agregadas de buena voluntad, corresponden a personas embaucadas.

Atte:
Fogwill


RadarDomingo, 27 de Marzo de 2005
polemicas el caso plata quemada, segundo round

Ficción y realidad
A dos semanas de que Ricardo Piglia hiciera pública en Radar su posición en el caso Plata quemada, ésta es la réplica del escritor Gustavo Nielsen.

Por Gustavo Nielsen
Ficción y realidad son dos términos que todo el tiempo están mezclándose, en la Argentina. Se mezclaron en los hechos sucedidos durante la muestra de León Ferrari, donde unos manifestantes rompieron una obra artística por entender que ofendía su espíritu “católico”. Como si la obra de Ferrari fuera la verdad absoluta, algo objetivo, un dogma inapelable. Y no solamente una ficción que lleva la firma de un sujeto bastante particular: un artista. Se mezclaron en las amenazas que recibí por mi novela Auschwitz, y en la sugerencia tímida que un periodista de esta casa publicó en Radar del 6/3/05, por la cual cualquier persona podría llegar a hacerme un juicio de resultar ofendido con las escenas “subidas de tono” de esta misma novela. Ficción y realidad, realidad y ficción.
Acaba de volver a pasar. Piglia expuso “la lógica de los hechos” en Radar del 13/3/05 y armó un ensayo literario para demostrarle al público que se ha cometido una injusticia. ¿A qué lector ingenuo está dirigida su nota? Los cargos de los que Piglia se sigue defendiendo absurdamente ya están probados por la Justicia. Basta entrar en Internet y bajarse el dictamen de la Cámara de Apelaciones, o las declaraciones de los testigos, o cualquier asunto del expediente que se quiera verificar. El caso no es un caso federal, ni un caso de familia; esto es: no hay confidencialidad, y cualquiera lo puede consultar. Un modo más fácil es ver la sentencia en el weblog de Daniel Link: http://linkillodraftversion.blogspot.com/2005/03/caso-piglia.html
En su nota del domingo, Piglia dice que no había contrato previo por Plata quemada, y en verdad hay uno de 1994 que él firmó con Espasa Calpe por toda su obra existente (en carácter de reediciones), más tres libros nuevos, entre los que figura una “novela nueva”. Por eso no estaba escrita en el momento de la firma. Entre el ‘94 y el ‘97, año del premio, la única “novela nueva” publicada fue la premiada por Planeta, Plata quemada, por lo que la Cámara, en un fallo ejemplar, lo condenó.
Piglia dice que yo culpo al jurado de notables, y jamás lo hice. Se olvida, en su explicación, que uno de los miembros del jurado era Guillermo Schavelzon, y al día de la entrega del premio era director editorial de Planeta, y director del jurado de notables. Era, a su vez, organizador y juez del concurso. Y era también quien le alcanzaba los libros, a su antojo, al resto del jurado. Por esta misma situación, la señora María Esther de Miguel, el único miembro del jurado que declaró en el juicio, dijo que mi libro El amor enfermo, finalista con el de Piglia y otros ocho libros, jamás llegó a sus manos. Un par de semanas después del escándalo del Premio Planeta 1997, Schavelzon renunciaba a la editorial para pasar a ser agente literario de Ricardo Piglia.
Piglia aclara que su libro no estaba contratado con otra editorial, sino con Planeta. Caramba, esto es peor de lo que habíamos imaginado con mi abogado. Que Piglia suponga que es correcto presentarse a un concurso abierto con un libro que ya ha sido contratado, por el que ya se le ha abonado un suculento adelanto y que está a punto de salir a la calle bajo el sello editorial que organiza el certamen, parece un disparate. Si así fuera, Piglia, Schavelzon y Planeta habrían usado a 260 participantes para que de nuestros propios bolsillos y a costa de nuestras propias ilusiones paguemos la promoción de Plata quemada. ¿Era un concurso o una operación publicitaria?
Piglia y los otros han defraudado con su accionar a cientos de participantes. Entre esos participantes no debe haber muchos escritores famosos, de los que tienen agentes literarios, cobran anticipos de cien mil dólares y les publican la foto en las revistas. Es probable que en este mismo instante, la editorial Planeta o la agencia Schavelzon estén organizando (solapadamente) la publicación de una solicitada, utilizando la imagen del “escritor dañado”. Y es probable que otros escritores de laeditorial o de la agencia firmen. En este camino de ocho años de juicio me he encontrado con que algunos escritores venden hasta sus almas por estar cobijados bajo el ala de las multinacionales. Saludo a aquellos que no lo hacen.
Tampoco ésta es una “rencilla literaria”, como Piglia la está queriendo disfrazar en su nota. Es un tema estrictamente contractual, de “respetar los pactos”, por el que planteé una demanda en el fuero civil, basada en las normas del Código Civil escrito por Vélez Sarsfield. No hubo denuncia, tampoco querella, no es un caso policial. La Cámara Nacional de Apelaciones en lo Civil (sala G) sostuvo, en su dictamen, que no se habían respetado las bases del concurso, se burló la buena fe y el certamen estuvo viciado por falta de transparencia. Además, si por hacer este juicio le hice perder el tiempo a la Justicia, como dice Piglia, ¿por qué ahora ellos recurren a la Corte Suprema? ¿O es que el tiempo de la Corte Suprema de Justicia no tiene ninguna importancia?
Piglia es partidario, en su nota, de que las peleas entre escritores se resuelvan entre escritores. Es lo primero que quise hacer. Por eso lo llamé varias veces a su casa y jamás me atendió. Por si esa voluntad no existiera, la Justicia prevé una mediación obligatoria, que se hizo, y a la que Piglia faltó sin avisar.
No tengo nada contra Piglia, ni discuto su calidad literaria. Pero respeto mucho los concursos. He ganado algunos, he perdido decenas. Y ésta fue la única vez que protesté. Es el único juicio que hice en mi vida, y tal vez el único que haga. “Maniático”, como me llama Piglia, puedo ser. Pero un maniático real, verdadero, no de ficción. Un “Maniático Textual”.
El daño puede que sea irreparable para Piglia, a esta altura de los acontecimientos, como sale a aclararlo en Radar. Pero se lo ha infligido él mismo, asociándose con Schavelzon y Planeta para organizar una maniobra viciosa. Lamentablemente, Piglia se ha expuesto como el “escudo humano” de su agente en Barcelona, y la nota de Radar lo muestra atorado en las mismas mentiras de antes de llegar al juicio. Bastaba, simplemente, con una disculpa pública, y a volver a escribir.
Con respecto a la comparación ofensiva que Piglia hace de los acontecimientos reales con el cuento “El Aleph”, de Borges, lo voy a tomar como una confusión más entre aquello que es ficción y aquello que no. Y, para cerrar mi réplica, cito un párrafo humorístico de Wimbledon, el weblog del escritor Guillermo Piro (www.ultimasdebabel.blogspot.com), que en su edición del día 16/3/05 comenta: “Si Daneri es Nielsen, Piglia es Borges. Hasta ahí vamos bastante bien. Pero entonces: ¿el missing Willy Schavelzon sería Beatriz Viterbo?”.

(Este informe lo presentamos a raíz de que la editorial Planeta ha decidido abrir una sede aquí en el Perú, pero independientemente de la editorial que fuere, ya estamos avisados de los manejos fraudulentos que las editoriales pueden incurrir, manipulando prestigios arteramente, cuando se trata de ver acrecentados sus intereses y su poder. Ojala, si fuera el caso que convocaran un premio de literatura local, no recurran a este tipo de manipulaciones que nos hagan ver, con sorpresa, la proliferación de nombres, igualmente deseosos de poder, que ya todos conocemos. )

5 Comments:

Anonymous Anonymous said...

Al parecer al informe le faltan algunas partes, pero me parece que lo sustantivo está. Es impresionante la carta de Piglia a Pagina12, nunca un escritor fue tan desafortunado defendiendose. Acabo de leerla y no pude evitar escribir algo.

3:13 PM  
Anonymous Anonymous said...

Me parece que todo esto no debería afectar la visión que se tiene del trabajo literario del Sr Piglia, quien es reconocido por todos como uno de los más importantes escritores latinoamericanos del momento. Basta con leer sus celebres libros, incluso esta misma novela "plata quemada", motivo de la nota. Así que solo espero que Piglia siga escribiendo y nos siga deleitando con lo que mejor sabe hacer.

3:20 PM  
Anonymous Anonymous said...

Creo que nadie duda de las particulares cualidades de Piglia, pero de ahí a olvidar que el se coludió descaradamente con su editor para hacerse de un premio fraudulentamente, sin ninguna consideración por los otros escritores participantes como él de un concurso, donde muchos jovenes escritores ponen legitimamente sus expectativas, me parece que no tiene nombre. Piglia después de esto no puede seguir siendo el mismo.

3:49 PM  
Anonymous Anonymous said...

PAOLO DE LIMA REPUDIA A LOS BLOGS ALTERNATIVOS, LOS LLAMA "BASURA":


"El último domingo apareció un blog-basura que lleva un título similar al que leen en estos momentos y en el que, con titulares sensacionalistas que recuerdan los peores tiempos de la prensa peruana fujimontesinista, se insulta y pretende denigrar a diferentes personas. Curiosamente, el único que prácticamente aparece específicamente bien considerado resulto siendo yo."

12:29 PM  
Anonymous Anonymous said...

Al parecer a Piglia todo este asunto ya no le interesa, recientemente ha sido premiado en Chile con el premio Donoso y parece que ya olvido todo. Pero lo que si dudo es que en la Argentina, muchos quieran olvidar tamaño incidente, una tradición tan prolífica como la de ese país no puede permitirse pasar por agua tibia algo semejante.

2:09 PM  

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